LA SUBLEVACIÓN Y SECESIÓN DE CATALUÑA EN
1640.
Para
el gobierno de Felipe IV, Cataluña fue en principio un problema
fiscal, pero desde 1626 se convirtió también en un problema
político. La negativa a contribuir a la Unión de Armas (1625)
instaurada por el conde-duque de Olivares persistió pese a todos los
esfuerzos realizados por el rey y su valido, obstaculizados incluso
por los miembros de la ya por entonces corrupta Diputació. En
mayo de 1635, con el estallido de la guerra franco-española (en el marco de la Guerra de los Treinta Años), pasó a
ser uno de los problemas internacionales de España. Las necesidades
fiscales no se cubrían con los ingresos, por lo que se redoblaron
los esfuerzos para aumentar las contribuciones de los distintos
reinos que integraban la Monarquía Hispánica. Pero en 1640 no
llegaron las remesas de las Indias, lo que desajustó completamente
los presupuestos, provocando la acuciante necesidad de conseguir
ingresos fuera de Castilla, concretamente en Cataluña.
La
negativa catalana a proporcionar tropas llevo a Olivares a abrir un
nuevo frente contra Francia desde Cataluña, que así se vio obligada
a contribuir en su propia defensa. Pero la presencia y el
mantenimiento de tropas castellanas llevó a los catalanes a la
insurrección. En 1640 estalló una rebelión abierta, violenta,
implacable y provocada por agitadores. En Mayo, los campesinos
entraron en Barcelona y en Junio (día del Corpus de Sangre) se les unieron los segadors, que
se hicieron con el control de la ciudad, persiguiendo a los jueces
reales como animales y asesinando al virrey Santa Coloma cuando intentaba escapar.
La
rebelión pronto escapó al control de los dirigentes catalanes que
la instigaron. Pronto los rebeldes atacaron a los ciudadanos ricos y
a sus propiedades, los agitadores y los individuos fuera de la ley
rechazaron el liderazgo de Barcelona y su oligarquía. Por ello
buscaron la protección de los enemigos del monarca y se dirigieron a
Francia, con la que ya habían establecido contactos miembros de la Diputació antes
de que estallara el conflicto. Ante los preparativos de un ejército
contra el que no consiguieron levantar uno propio, la Diputació
envió una petición formal a
París (24/09/1640)
para conseguir la protección y ayuda militar de Francia. El
acuerdo firmado permitía a los barcos franceses utilizar los puertos
catalanes y el envío de 3000 soldados franceses que serían
mantenidos por Cataluña. Finalmente, en enero de 1641, el principado
se situó bajo la jurisdicción del monarca de Francia a cambio de su
protección. De esta forma, las fuerzas catalano-francesas
defendieron con éxito Barcelona ante el ejército castellano.
Mientras
España sufría un desmembramiento temporal como consecuencia de la
rebelión de Cataluña, los catalanes sufrían males aún mayores. Se
vieron obligados a soportar enormes gastos de defensa, la inflación
monetaria, el estancamiento económico, la peste, el hambre y,
finalmente, la pérdida de un fértil territorio. Recayeron sobre
ellos las cargas del poder sin que obtuvieran al mismo tiempo ninguno
de sus frutos. Esta situación era peor que la que habían soportado
anteriormente.
Francia
nombró a un virrey francés y llenó la administración de elementos
fieles a Francia. Explotó a Cataluña, tanto económica como
militarmente. Debían mantener al ejército francés instalado en su
territorio, al tiempo que los comerciante franceses saturaron su
mercado de cereales
y productos manufacturados. Pero el golpe definitivo
para Cataluña fue la gran peste de 1650-1654 que provocó una gran
mortandad (36.000 víctimas en Barcelona).
Sustituir
el dominio de Felipe IV de España por el de Luis XIII de Francia no
resolvió ninguno de los problemas de Cataluña. Todas las quejas que
expresaban antes los catalanes contra Castilla las manifestaban ahora
en contra de Francia, aunque en mayor grado y con una mayor
incomprensión por parte del gobierno absolutista de París. Por
ello, las divisiones internas se manifestaron entre los partidarios
de España y de Francia, lo que ofreció la oportunidad a Felipe IV
de realizar un esfuerzo supremo para recuperar el principado. El
ejército al mando del bastardo don Juan José de Austria forzó la
rendición de Barcelona el 13 de octubre de 1652, que reconoció la
soberanía de Felipe IV a cambio de la amnistía general y de la
promesa del monarca de conservar las constituciones catalanas.
En
la Paz de los Pirineos (1659), España y Cataluña perdieron el
Rosellón y el Conflent ante Francia. Pero España había recuperado
la lealtad de Cataluña y los catalanes podían jactarse de haber
preservado sus constituciones y privilegios. La clase dirigente
catalana había aprendido varias lecciones. Para conservar su estatus
y sus propiedades y para garantizar la ley y el orden necesitaban
contar con un gobierno soberano, pues su país no poseía los
recursos necesarios para la independencia y no deseaba ser un
satélite de Francia. Era de España de la que podía obtener las
mejores condiciones.
Pero
antes de descubrir eso habían provocado el derramamiento de sangre y
las privaciones de su pueblo y habían causado una profunda herida al
resto de España. Se hace
difícil definir con precisión la importancia de la rebelión
catalana en la crisis que afectó a España a mediados del siglo
XVII. Se hizo necesario dirigir las reservas de dinero y de recursos
humanos hacia una desastrosa y costosa guerra civil que precipitó el
hundimiento de España, y ofreció la coyuntura favorable para la
aparición de nuevas potencias en Europa.
Lynch, John. (2000). Los Austrias (1516-1700). Barcelona: Crítica.
ENLACES RELACIONADOS:
No hay comentarios:
Publicar un comentario